Más bonito que el fútbol

15 ene., 2021
El record estaba ahí: imposible. Más de setecientos minutos sin buscar la pelota detrás. De aguantar veintitrés minutos Vélez-River, un hombre de cuarenta y dos años escalaría el Olimpo con su elegante visera y las muñecas vendadas. Las cincuenta mil personas parecían urdir en silencio una confabulación a favor del ídolo. Ni un grito, ni una canción, ni una voz que alterara un deseo compartido por las dos hinchadas y jamás conocido en un estadio: que no hubiera gol. Todos, sin tener en cuenta sus colores, miraban esa armoniosa mole humana de cabello canoso y gestos elegantes que paseaba paciente por el borde de su área, mirando como de reojo el desarrollo del juego, a su estilo, atento y vivo para salir a cualquier balón largo y abatir al mejor delantero con un dribling de alta escuela e iniciar un contragolpe. Quedaba solo un minuto, medio... cayó el 23 y el estadio de Liniers se convirtió en un rugido. Los jugadores sin atender al partido dejaron el balón y caminaron hacia el área. También el árbitro. Al cielo de Buenos Aires, 50,022 gargantas daban un solo nombre partido en tres: A-ma-deo, A-ma-deo, A-ma-deo.(*) Aquel semidiós que había mantenido más de 700 minutos el arco invicto, era Carrizo, el inventor del saque plano, un golpe de alta calidad técnica que colocaba al delantero en situación de ataque. Carrizo fue el primer portero en jugar con los pies y salir regateando para abrir el juego como si fuera un líbero, el que inauguró las paradas a una mano en balones altos o a bote para ganar una décima de segundo y favorecer la acción de ataque. Fue también el pionero en evitar la parada y anticiparse con un cabezazo para desarmar al rival que esperaba la pausa de la pelota detenida. Carrizo. El record lo fijó en 769 minutos un gol de Carlitos Bianchi, un jovencito prometedor que luego sería artillero de lujo en la Francia y técnico de postín en Boca. Él paró el reloj pero no la dimensión de la gesta en un portento que jugó hasta los cuarenta y cuatro años, ganó seis ligas e inventó un nuevo modelo de guardameta. A todos sus compañeros, a los porteros del mundo, a los guardavallas de patio de colegios y de gran coliseo, a los arqueros internacionales y a los del equipo del sábado por la tarde en un terreno perdido, Carrizo les habló al concluir el duelo: "Mi record fue la venganza de tantos locos que hemos elegido alguna vez el puesto maravilloso e ingrato de arquero. La revancha de muchos goles tontos, de aquellos partidos donde uno ataja una barbaridad y en el balance solo queda el recuerdo del un gol estúpido en contra". Allá en el área, en el rincón de la gloria, con su nombre gritado por todo el estadio, el gigante de pelo canoso, 42 años, elegante visera, extendió su brazo derecho y saludó emocionado. Lloraba el portero de River y tenía la piel como el corazón, de gallina. Una tarde de verano en diciembre, de paso por Mar de Plata, mi amigo Oscar Rodrigo me señaló a un tipo espigado, abuelo pintón, y se le cayeron admirativas las palabras de la boca: "¡Ché, fijate... es Amadeo!". Le asaltamos contra toda norma de urbanidad, interrumpimos la conversación que mantenía en la terraza con sus acompañantes y le hablamos de fútbol. Le escuchamos hablar de fútbol porque en un momento Amadeo Carrizo había dado la espalda a su tertulia de costumbres para charlar de lo único importante. Como sin darle importancia nos confesó: "Rogelio Dominguez (**) fue arquero del Real porque yo no arreglé". Carrizo nos habló de su vida, de sus recuerdos, de la gente que no le había olvidado. La gente que se acercaba, 30 años después de retirado, a pedirle autógrafos y fotos firmadas. La mitad, por los menos, fans del Boca. (*) El suplente de Amadeo Carrizo en la banca del River aquella tarde de Liniers era un pibe de 18 años. Un salvaje, un atorrante, un disparatado, un insolente, otro genio, un Loco: Hugo Gatti. Si hoy le preguntas al Loco quien era mejor (si Amadeo, el reverenciado, o él) no tarda un segundo en contestar: "Pero... yo, naturalmente. Yo mejoré todo lo que el viejo hacía bien. En las prácticas yo le decía, dejame pasar, Amadeo, que vos sos un camión y yo un Ferrari. Donde Amadeo atajaba con una mano yo atajaba con una mano y daba un toque más para hacerle sombrerito al atacante. Una tarde se la levanté a Pasarella. Me quería matar. No, Amadeo era un fenómeno". El Loco no puede resistir y completa la frase: "Pero yo era dos fenómenos". Como Amadeo, Gatti jugó hasta los cuarenta y tantos. Salió de River, pero fue estrella de Boca. Su osadía en las canchas solo era superada por su osadía en las declaraciones. Una de ellas contra el peronismo le restó el favor de la popular, en La Bombonera, al final de su camino deportivo. Pero si fue un adelantado a la portería también lo fue en la exaltación del yo. Hizo por instinto lo que ahora desarrollan agencias enteras al servicio de las estrellas. (**) Rogelio Domínguez fue campeón de todo con el Real Madrid. El portero argentino era un guardameta elegante, alto y delgado, que cerraba la defensa blanca mandada sin que nadie lo pusiera en duda por el uruguayo Santamaría. Lo que no pudo imaginar el Flaco Domínguez es que años después, en pleno vuelo transoceánico, acomodado en el sillón muy replegable de su avión privado, un astro mundial veía en la pantalla gigante del jet uno de los partidos históricos de aquel Madrid. Al llegar a la parada fantástica, siempre la misma, del cancerbero gaucho, se acercaba al oído de su bella acompañante, siempre distinta, y le susurraba, entre nostálgico y modesto: "It´s me. Soy yo. El portero soy yo". Mentía el divo, pero no del todo. El seductor que lo decía no era Rogelio, era Julio. Julio Iglesias. Portero. José Antonio Martín Otín (2011). El fútbol tiene música. Segunda edición. Barcelona. Editorial Corner.
12 nov., 2020
Se llamaba Robert Nesta. Nesta, como el central de Lazio y Milan. Robert Nesta Marley: Bob Marley. Era hijo de Cedilla, una africana que, con 18 años, al poco de llegar a Jamaica se casó con un oficial del ejército británico, Norval Marley, cincuentón y descastado, que al poco abandonó a la familia. Madre e hijo se fueron a Kingston, la capital, y allí creció Bob, un niño que daba un poco de miedo porque adivinaba los futuros en las manos de las gentes, cantaba con un ritmo solo suyo, y era capaz de estar un día seguido, mañana, tarde y noche, jugando al balón con su amigo Alan Skill Cole. Cuando no estaba jugando, cantando o adivinando, Bob rezaba a su líder espiritual, el Negus de Etiopía, el León de Judá, Haile Selassie, padre de los rastafaris que van por el mundo soñando con su liberación, con el pelo en trenzas finas y en la mochila una mata de maría. Hasta que se casó con 21 años, Bob pensó que podía ser futbolista profesional, pero ya destacaba en la música y al poco fundó los Wailers. El que brillaba en la primera división jamaicana era su hermano Skill Cole, luego futbolista en Brasil, que cada día después de entrenar iba al parque y jugaba su partidito con Bob contra los polis de la comisaría cercana. Poco a poco Bob va adueñándose del liderazgo indiscutible del grupo. Lo sabe su productor que alienta el predominio frente al otro gallo, Peter Tosh. Hay golpes, amenazas, y pistolas al aire, algo común en la historia del rey del reggae, un tipo violento como el ambiente en el que creció. Años más tarde acabaría a patadas con su manager, Don Taylor, por quedarse con la pasta de la banda. Llegan en tropel los éxitos y los sobresaltos, discos de oro y balas en su cuerpo. Los escuadrones de la muerte el presidente de Jamaica le tirotean en la víspera de un concierto en el que se dispone a reinvindicar medidas radicales en pos del igualitarismo. Con la herida en carne viva, sube al escenario unas horas después del ataque, y da un show que enciende la noche caribeña. Lleno de luces y sombras, su lado bueno le lleva a socorrer a todo el que le pide ayuda y a jugar al fútbol allá donde esté. De aquel tiempo es la foto en la que se le ve, rastas al viento, una camiseta ceñida de manga corta, de color amarillo, un pantalón cortito y unas medias blancas. Sus botas y el balón dominado. Y siempre a su lado Alan Skill Cole, que se convierte en recaudador, gerente, relaciones públicas, puño y entrenador personal de Bob. No sabemos de donde sacaría el tiempo para jugar pero en esas fechas es el jefe, no solo el capitán, de una selección jamaicana que tiene varios profesionales importantes en la liga inglesa. Allá donde van buscan desafíos futbolísticos. Llegan a Brasil y juegan contra Toquinho y sus amigos. Por el mismo rito, cuando la canción les lleva a Londres, aceptan el desafío de una selección de periodistas que retan a la banda jamaicana sabiendo su pasión por el fútbol, lo mismo que había ocurrido en Barcelona, donde jugó con los plumillas el sabio Julián Ruiz. El partidillo de Londres lo juegan en Battersea Park. Bob Marley, incisivo y veloz, va aprovechando el juego pleno de magia de Skill Cole para derrotar a los periodistas. Juega de enganche y entra por la izquierda, está disfrutando, pero en el choque, un golpe de Danny Baker y el roce de la bota le provocan una infección en el dedo gordo del pie derecho. Por la herida asoma un tumor. Bob no acepta el raspado de la piel, una leve amputación que le aconsejan los médicos. El código rastafari se lo impide. El tumor deriva en cáncer y se extiende por su cuerpo. Acude a la medicina convencional y a la otra. Una notable mejoría le devuelve a la práctica del fútbol, pero peloteando por Central Park junto a Skill Cole se desmaya. Ese aviso es definitivo: el mal ha llegado al cerebro. Muere en Miami junto a su madre. Le enterraron con su guitarra y un balón. Allan Skill Cole ya no juega al fútbol más que en el patio de la prisión donde cumple condena por contrabando de mariguana hacia los Estados Unidos. Kymani, uno delos hijos de Bob, juega al fútbol con pasión y canta. Lo hizo en el último de los partidos que jugó su selección en la fase de acceso al Mundial. Lo hizo desde el centro del campo. En el paseo que lleva al Estadio Nacional de Kingston, donde juega la selección, hay una estatua que anima desde las alturas cada vez que ataca con imaginación desbordante, como si combinara a ritmo de reggae, el equipo de Jamaica. Es la estatua de Bob Marley. Camino al fútbol. José Antonio Martín Otín (2011). El fútbol tiene música. Segunda edición. Barcelona. Editorial Corner.
09 oct., 2020
Esta nos dice que cualquier persona tiende a la comodidad. Si está corriendo, prefiere andar. Si camina desea sentarse. Y si tiene esta posición, prefiere tumbarse. Por esta razón un jugador da, normalmente, un 25% de su capacidad de rendimiento. Si ejerce su voluntad en un grado elevado, llega fácilmente a un 50%, pero dar el 80% requiere conjugar un entrenamiento sistemático y concienzudo, con una gran voluntad y afán de superación, sin renunciar nunca al triunfo. Este 80% es muy difícil de lograr en el fútbol por la extensión de la temporada. El jugador, durante 11 meses, participa "a muerte". (En el deporte, llegar al límite de la capacidad no es posible. Sólo en estados de desesperación, cuando su existencia o la de sus seres queridos están en peligro, un hombre puede llegar al máximo de sus posibilidades). También hemos comprobado que si, jugando el partido, a las 48 horas el jugador está muy afectado psicológicamente (alegría desmesurada por la victoria o enorme tristeza por la derrota), este estado de ánimo se reflejará negativamente en el próximo encuentro. El jugador del futuro tiene que ser muy "duro" psicológicamente. No olvidemos que debe dar un rendimiento máximo en 55/65 partidos por temporada, lo que precisa grandes condiciones físicas y, sobretodo, psíquicas. Realmente el jugador, tanto en el éxito como en el fracaso, padece una constante presión psicológica. Para superarla hay que ser muy fuerte y soportar estoicamente la victoria y la derrota, además de siempre estar dispuesto y no desmoralizarse jamás. Laureano Ruiz (2013). El auténtico método del Barza. Colección Stadium-2. Ediciones Lectio.
15 sep., 2020
Foto: Orizaba Athletic Club primer campeón del fútbol mexicano 1902.
28 ago., 2020
Ilustración de Caloi.
18 ago., 2020
"A raíz del Campeonato Mundial de Fútbol (de 2002) me vi obligado a tomar en cuenta un deporte que para mí era un símbolo de una incultura repugnante, un resumen de la estupidez de una civilización con el alma atrofiada. No comprendía por qué se daba tanta importancia a que un grupo de patanes diera patadas a una bola de cuero. Creía que era una actividad que desarrollaba la agresión y el patrioterismo, provocaba accidentes mortales en países subdesarrollados, atrofiaba la creatividad espiritual de los niños y servía de excusa a los burócratas para ocultar su vacío existencial llenando tertulias alcohólicas con guturales sobre el gol. Estaba equivocado. Me dije: un espectáculo al que asisten reyes, presidentes, ministros -que no asisten a inauguraciones de ferias de libros-, un acto que es televisado para que lo vean millones de personas, tiene que tener un profundo significado. No puede ser algo imbécil. Millones de personas, más reyes, presidentes, ministros y dictadores no se pegan al televisor así como así. El fútbol tiene que significar algo para la humanidad, porque si es un juego sin contenido espiritual entonces esta civilización está demente y la humanidad se deja manipular por comerciantes que esquilman para sus panzas dinero que podía ser utlizado en fines benéficos, como hospitales, alimento para seres desvalidos, etcétera. ¡No, me dije, el fútbol tiene que estar aportando algo a la humanidad!". Alejandro Jodorowsky. Fragmento del inicio del libro de Francisco Alcaide Hernández 2009. "Fútbol. Fenómeno de fenómenos". Editorial Leo.
por Marcelo Roffé 27 jul., 2020
Los miedos bloquean, inhiben. Si queremos futbolistas decididos, debemos ofrecer las herramientas y estrategias necesarias para controlar los miedos.
por Marcelo Bielsa 20 jul., 2020
“El futbolista tiene un potencial. El gran entrenador es el que acerca al jugador, por cualquier camino, a su máximo potencial. Esa es una definición que abarca a todos los proyectos. Por eso los fenómenos anímicos en el fútbol se han vuelto tan importantes, porque cuando están bien anímicamente, los futbolistas hacen una prestación de sus cualidades que se acerca a su máximo rendimiento. En el fútbol hay dos escuelas bien marcadas. Los que creen que la espontaneidad es el camino para encarar la conducción, y los que creen que lo preestablecido, lo preparado de alguna manera, es el camino para llegar al triunfo. Ambas posiciones han tenido grandes logros y notables exponentes, incluso en proporciones similares. Eso quiere decir que no hay un camino único, sino que hay dos opciones antagónicas, ambas exitosas. Lo que no se ha dado nunca es que un entrenador de una escuela triunfe con los argumentos de la otra. Lo que indica que el entrenador tiene que ser ante todo fiel a sí mismo, y tener claro que elige. Yo entiendo la conducción desde la obsesión, desde los detalles, pero acepto otras alternativas precisamente porque soy consciente de que a la hora de dirigir intervienen infinidad de factores, para mi es motivo de inquietud a la hora de mejorar mi trabajo. Creo que esto es artístico, es creativo, por tanto no tiene normas únicas. Son episodios, momentos, hay que utilizar el recurso o la herramienta que convenga en cada situación. A veces la distancia con el jugador, otras el cariño. No hay una norma que haya que seguir, ni dogmas preestablecidos. Eso no quita que el fútbol de hoy necesite de hombres firmes, rigurosos. El marco dentro del cual hay que moverse es el profesionalismo. Creo más en la rigidez que en la flexibilidad, creo más porque siento de ese modo y porque lo único que hay que aconsejarle a un conductor es que actúe de acuerdo con lo que siente. Si abandona la convicción, seguro que fracasa. Pero que yo crea en la rigidez más que en la flexibilidad no quiere decir que esta última no es aconsejable. Hay ejemplos exitosos de flexibilidad como el de Jorge Valdano, una persona por la que siento absoluta admiración, pero que tiene una forma de pensar absolutamente antagónica con la mía. Él es flexible y exitoso, por lo tanto su proyecto merece ser observado. Lo que sucede es que yo jamás podría copiar lo que él propone, porque siento distinto. Entre el «siento» y el «entiendo» hay un puente. Que yo entienda no quiere decir que me habilite para ejecutar lo que reconozco válido en otro, porque para eso no me alcanza con entenderlo, sino que tengo que sentirlo.” Marcelo Bielsa, citada en el libro “La última palabra” (Fernando Niembro)
por José Machado/Manuel Valera 16 jul., 2020
Sócrates aguarda el momento de verse obligado a beber la mortal cicuta; se reúne entonces con sus amigos y charla animosamente sobre la inmortalidad del alma. Semejante flema se la atribuirán después los británicos, y a nosotros ya nos parece suficiente razón para indultarlo, aunque sea culpable de un mal tan imperdonable como "corromper a la juventud por hacerla pensar". El tipo espera la hora del "mal trago" hablando del alma, de la inmortalidad, de lo divino y lo humano... No hay referente mayor a esta parsimonia que la del 18 de mayo de 1960, en el Hampden Park de Glasgow. El Eintracht de Frankfurt alemán se enfrenta al Real Madrid, que intenta alcanzar su quinta Copa de Europa consecutiva. El mundo no parece enterarse de lo que va a ocurrir a continuación y sigue a lo suyo: Kennedy está a punto de ser elegido presidente de los Estados Unidos, el actor Antonio Banderas ultima su gestación antes del parto (o mayeusis) y se estrena la década de los felices sesenta. Comienza el partido y un tal Kress le quita las telarañas a la portería del Madrid. Uno a cero según empieza la fiesta, mal asunto. A cualquiera le hubieran pesado las piernas o la responsabilidad, pero se conoce que Alfredo Di Stefano se dijo: "Viejo, conócete a ti mismo". Si observamos con detenimiento las imágenes manchadas por el tiempo que se guardan de aquel día, notaremos que bajo la camiseta del Madrid asomaba la toga de Sócrates. Di Stéfano somete al balón a la mayéutica, y convence al esférico del error en que se encontraba: la portería donde debía alojarse no era la de los blancos, si no la del Eintracht. En efecto, a pase de Canario, en el minuto veintinueve, cayéndose, llevando la argumentación socrática hasta el límite, don Alfredo ilumina al balón, que se convence del error en el que se hallaba. Empate a uno, pero prosigue el diálogo. A los dos minutos, nuevo conciliábulo entre Di Stéfano y el balón: dos a uno para el Madrid. El partido pasó a la historia por varias razones: porque hubo más goles (7 a 3 ganaron los merengues), porque Puskas anticipó lo que sería Roberto Carlos, porque el Madrid consiguió la quinta Copa de Europa consecutiva, porque este hecho le convierte en el único club que cuenta con el trofeo en propiedad... Pero sobre todas las cosas, nosotros debemos debemos recordarlo porque aquel día Alfredo Di Stéfano marcó un antes y un después en la historia del fútbol, al consagrarse como la primera reencarnación de Sócrates sobre el pasto, el verde, el césped, el terreno de juego, la cancha... 7 a 3, no decimos más. José Machado/Manuel Valera 2006. Futbolia. Filosofía para la hinchada. Editorial Kailas.
por Francisco Alcaide Hernández 16 jul., 2020
El africano Roger Milla en cierta ocasión manifestaba: "Los futbolistas deben colaborar con los programas de lucha contra el sida y contra el analfabetismo, ya que, a diferencia de otros personajes públicos, los niños les escuchan".
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